lunes, 23 de noviembre de 2009

Cuatro Palabras Elegantes. Por Roy Adams

Considera este caso hipotético: te vas porque te tomas dos semanas de vacaciones, y te llevas las llaves de tu casa contigo. Cuando vuelves encuentras las puertas con llave–tal cual las dejaste; pero en el interior descubres la mesa del comedor servida con abundante comida recién cocida.

Cuando te recuperas del shock, tu mente se acelera formulando teorías sobre qué habría pasado. Sin embargo sospecho que entre esas teorías nunca encontraríamos la idea de que la mesa servida y el aroma de la comida caliente simplemente aparecieron por azar o por accidente o por desarrollo “natural” a través del tiempo –aún si fuese que tu vacación haya durando 50 millones de años, en lugar de dos semanas.

Sin embargo, aquí estamos, frente a un universo vasto y extremadamente complejo, infinitamente más sorprendente que una mesa servida misteriosamente en una casa cerrada con llave. Y no es asombroso que son aquéllos que se atreven a pensar que la inteligencia tuvo que haber estado involucrada, hoy tengan que encontrarse a la defensiva?

Este año es el 200 aniversario del nacimiento de Charles Darwin y el 150 aniversario de la publicación de su libro histórico, El Origen de las Especies, y hemos sido abrumados por la cobertura en la prensa, y con más de 11.000 clérigos cristianos de los Estados Unidos uniéndose en la celebración. El último mes de diciembre, el Adventist Review, publicó un artículo principal sobre el desafío de la evolución (véase el especial de la tapa, del 11 de diciembre); y ahora, en un intento de responder en este turbulento debate, este número presenta un conjunto de tres artículos (de tapa) sobre la creación, la evolución y temas relacionados (ver páginas 18-25).

El verano del 2008 experimento un mundo de los medios llenos de noticias sobre algo llamado “el bosón de Higgs” (una expresión que muchos de nosotros oíamos por primera vez). Como lo explicó un artículo online de la revista Time, por muchos siglos los científicos han estado en la búsqueda de “una partícula particular responsable de impartirle masa a todas las cosas –un pedacito tan preciado que ha llegado a conocerse como ‘la partícula de Dios’” (ver www.time.com). Encontrarla equivaldría a descubrir un agente unificador que mantiene todo unido–en otras palabras, lo que hace que el universo funciones. Sería como descubrir lo que algunos han llamado “una teoría de todo”.

Por más de cuatro décadas –desde 1964– esa búsqueda ha sido la pasión del científico británico Peter Higgs, tanto como para que esta partícula tan escurridiza llegara a llevar su nombre –el “bosón de Higgs”. Para encontrar esta partícula, los físicos ensamblaron en el laboratorio de CERN en Ginebra, Suiza, “el más poderoso acelerador de partículas jamás construido: el Gran Colisionador de Hadrones (LHC).... un circuito subterráneo de 26 kilómetros que llevó 25 años de planeamiento y U$6 billones para construir”(Ibid.). El propósito es descubrir que ocurre cuando las partículas chocan a velocidades fantásticamente altas. El tremendo experimento habría de investigar un fenómeno elementalmente tan radical que (como algunos lectores recordarán) produjo temores sobre el fin del mundo.

Confieso que la palabra “bosón” era tan nueva para mí que al principio ni siquiera la podía escuchar. Busqué su significado y encontré, entre otras, la siguiente definición: “Cualquiera de una clase de partículas... que tiene una rotación cero o integral y obedece reglas estadísticas que hace posible que un número de partículas idénticas ocupen el mismo estado cuántico” (www.answers.com).

¿Blablabla? Para la mayoría de nosotros sí. Pero lo que noté es cómo esta definición provee reconocimiento indirecto de la complejidad matemática de la materia básica del universo–y como la trascendencia de encontrar una mesa servida con comida fresca en una casa cerrada con llave empalidece en la comparación. Te quita el aliento contemplar la creación deslumbrante de Dios.

Todo este proyecto del bosón, también nos muestra cuán difícil es funcionar sin una hipótesis de Dios o algo equivalente a esto; y cuán lejos muchos están dispuestos a ir para descubrir (y a lo mejor controlar) esta cosa tan elemental, esta “partícula Divina”. Que en gran parte explica, por qué estamos tan horriblemente temerosos de afrontar las implicancias de aquellas cuatro palabras elegantes con la cuales comienza la Biblia: “En el principio Dios....”


Fuente: Adventist Review / 26.03.2009, p. 6
Autor: Roy Adams es el redactor de asociado
 Adventist World. Ha sido editor asociado de la Adventist Review desde 1988. Anteriormente, Adams servido a la Iglesia Adventista en los EE.UU. y Filipinas. Obtuvo un ThD en la Andrews University. Es autor de varios libros incluyendo El Santuario (The Sanctuary, Review and Herald, 1994) y La naturaleza de Cristo (The Nature of Christ, Review and Herald, 1994).
Traducción: Instituto de Investigaciones en Geociencia / Universidad Adventista del Plata
Fotografía: Higgs boson simulation, Cern (Mette Høst)

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