martes, 29 de diciembre de 2009

¿Juega Dios a los dados? Por Antonio Cruz Suárez

Una de las frases famosas de Einstein dice que, por lo que respecta a la creación del mundo, Dios no juega a los dados. Aunque se refería al elemento aleatorio e impredecible de las leyes de la mecánica cuántica, lo cierto es que el padre de la teoría de la relatividad manifestó siempre su convicción de que existe una mente responsable de la evidente armonía matemática que muestra el universo.

El motor de los acontecimientos del cosmos no es el azar, la casualidad o la autoorganización espontánea, como afirma el naturalismo, sino el diseño realizado por el organizador general. En su apreciación del orden cósmico y de la estética que poseen las leyes naturales, Einstein manifestó además:

Yo deseo saber cómo creó Dios el mundo, no estoy interesado en éste o aquél fenómeno ni en el espectro de un determinado elemento químico. Lo que quiero conocer es Su pensamiento; lo demás es puro detalle. Nicolau, F. 1985, Origen i estructura de l´univers, Catalunya Cristiana, Barcelona, p. 90.

El gran físico de origen judío estaba convencido de que la creación del universo era producto del pensamiento, no del accidente.

Sin embargo, poco después, algunos científicos ateos partidarios del accidente intentaron descubrir cómo el orden habría podido surgir espontáneamente del caos por procesos exclusivamente naturales. Si la segunda ley de la termodinámica impera en el mundo actual, y tal ley determina que cualquier cambio que ocurra en un sistema físico siempre tiene que producir más desorden, ¿cómo es posible que lo complejo haya aparecido a partir de lo simple, el orden a partir del caos o la información a partir de la pura nada?

Lo cierto es que la duda acerca de los orígenes continúa en el seno de la ciencia contemporánea. Como ha señalado Hawking, en su principio de ignorancia, la singularidad inicial es la “incognoscibilidad fundamental”. Nadie sabe nada sobre lo que ocurrió al principio, por eso el tema queda abierto a la especulación.

Lo único en lo que parece haber acuerdo, por parte de los teóricos del naturalismo, es que cualquier cosa que surgiera de tal acontecimiento creativo debía ser caótica y sin información. Es interesante recordar aquí la frase bíblica del Génesis:

“La tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo, y el Espíritu de Dios iba y venía sobre la superficie de las aguas”. Génesis 1:2, (Nueva Versión Internacional).

La mayoría de los astrónomos coinciden en creer que el universo primitivo se encontraba en un estado de máximo desorden o de equilibrio termodinámico. La cuestión es, ¿cómo pudo entonces aparecer el orden? Si no se quiere aceptar una acción sobrenatural, ¿qué misteriosos mecanismos naturales debieron actuar para hacer que de la anarquía cuántica aparecieran la coherencia y organización del mundo? ¿Es posible que exista alguna ley todavía por descubrir que desvele este enigma básico del cosmos?

LA TEORÍA DE PRIGOGINE

Han sido numerosos los intentos por resolver desde el naturalismo el problema del origen del orden. Uno de los investigadores que ha realizado mayores esfuerzos en este sentido ha sido el ruso, Ilya Prigogine. Su espíritu enciclopédico –era químico, matemático, filósofo y músico- le llevó a concentrarse en el estudio de la termodinámica del desequilibrio y a proponer como posible solución al dilema de la aparición del orden a partir del caos, el concepto de estructuras disipativas.

Ejemplos simples de tales estructuras serían la llama de una vela, que subsiste quemando materia, o el remolino de agua que se crea en un desagüe cuya espiral turbulenta persiste a pesar de que el líquido fluya. Según Prigogine, en el supuesto origen evolutivo de las complejas moléculas de los seres vivos a partir de la materia inerte, sus estructuras disipativas debieron jugar un papel decisivo. La síntesis primitiva de ácidos nucleicos, proteínas, glúcidos o lípidos tuvo que dependernecesariamente de procesos como éstos, capaces de evitar los inconvenientes de la segunda ley de la termodinámica. Sólo así podría entenderse cómo la biología hunde sus raíces en las propiedades de la materia y cómo los seres vivos han podido aparecer y evolucionar a partir de ella. El secreto estaría, para el físico ruso, en una propiedad inherente a la propia materia que la obligaría de manera inevitable a autoorganizarse y transformarse progresivamente en materia viva. El fenómeno de la vida sería así tan previsible como el estado cristalino o el estado líquido.

¿Qué hay de cierto en las famosas propuestas de Prigogine? Lo primero que cabe señalar es que la teoría de las estructuras disipativas se divulgó pronto y tuvo más éxito entre la gente común que entre sus propios colegas. A mediados de los ochenta del pasado siglo XX, Prigogine fue comparado con el mismísimo Newton y se llegó a pronosticar que la ciencia del futuro sería por completo prigoginiana.

Sin embargo, los científicos especializados en el estudio del caos que conocían bien su obra no compartían esa misma opinión. El hecho de que dos cosas se parezcan no implica necesariamente que exista una relación entre ellas. Estas observaciones ponen de manifiesto que la propuesta de Prigogine no es en absoluto demostrable ni, mucho menos, definitiva. El que una llama arda al quemar cera o que los remolinos mantengan su turbulencia con el paso del líquido, nada dice acerca del origen de la vida. Se sigue necesitando mucha fe para creer que los procesos físicos y químicos, sus famosas estructuras disipativas, permitieron cruzar el umbral entre la materia inorgánica y los organismos vivos sin la ayuda de ningún agente inteligente. Del hecho de que el comportamiento del fuego se parezca en cierta medida al de las células vivas cuando consumen alimento, no puede deducirse necesariamente que la explicación de por qué arde el fuego sirva también para responder a cómo aparecieron los animales y las plantas sobre este planeta.

A nuestro modo de ver, éste es el principal error de Prigogine y de tantos otros estudiosos de la caoplejidad, el de confundir el “orden” propio de la materia inorgánica, con la “información” que poseen los seres vivos. Las estructuras disipativas podrían explicar como mucho el orden, pero nunca el origen de la información. Y si las propiedades de la materia resultan incapaces para dar razón de la elevada información que poseen los organismos, entonces ¿qué o quién puede hacerlo? Hay que concluir que toda información ingeniosa debe provenir siempre de un agente inteligente.

UN INFORMADOR CÓSMICO

Hasta ahora, todos los intentos naturalistas por explicar el origen de la información a partir del caos, o de la materia inerte, han fracasado estrepitosamente . Después de cincuenta años de electrocutar hipotéticas sopas primitivas, al estilo de los famosos experimentos de Urey y Miller, con el fin de obtener compuestos vitales, lo cierto es que no se ha conseguido ni la más insignificante proteína necesaria para la vida. ¡Cuánto menos una célula viviente!

Será que en el estudio del caos no se descubre nada interesante porque realmente no hay nada que descubrir. Hoy por hoy, no existe ningún indicio verdadero de que la complejidad y elevada información de los organismos vivos haya podido aparecer por medios naturales a partir del desorden o de la materia inerte. Las investigaciones acerca del origen prebiótico de la vida a partir de la materia y ésta del caos, constituyen uno de los campos más estériles que existen en ciencia.

Ello conduce a pensar, una vez más, que la información del universo requiere la existencia de un informador cósmico, lo mismo que el orden apela a un ordenador supremo. La naturaleza muestra cálculo, previsión y diseño. Dios parece jugar a los dados, pero lo hace con dados trucados.





Fuente: Creacionismo.net
Autor: Antonio Cruz Suárez. (España, 1952-) científico y teólogo protestante. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Barcelona el 17 de Marzo de 1979 y Doctor en Biología por la misma Universidad de Barcelona el 10 de julio de 1990. Ha sido Catedrático de Biología y Jefe del Seminario de Ciencias Experimentales del Instituto Investigador «Blanxart» en Barcelona; Biólogo investigador del «Centro de Recursos de Biodiversidad Animal» del Departamento de Biología Animal de la «Universidad de Barcelona.»; Miembro del Tribunal de Oposiciones al Cuerpo de Profesores y miembro distinguido de la «Asociación Española de Entomología», de la «Institució Catalana d´Història Natural» y de la «Société Française d’Historia Naturelle». Ha trabajado en diversas investigaciones zoológicas y descubierto numerosas especies de crustáceos isópodos. Sus principales obras: La ciencia, ¿encuentra a Dios?; Una desmitificación de la Sociología; Una propuesta para el tercer milenio; Parábolas de Jesús en el mundo postmoderno; La ciencia: ¿encuentra a Dios?; El cristiano en la aldea global; Bioética cristiana, Darwin no mató a Dios, y Postmodernidad.

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