Después de terminar sus estudios en el Christ’s College de Cambridge, Inglaterra, que lo preparaban para ser ministro, Charles Darwin se embarcó como pasajero del buque H.M.S. Beagle, comenzando así un camino que estaba destinado a influir en todo el mundo.
Su travesía duró cinco años y lo llevó a la costa occidental de Sudamérica, donde observó diversas clases de animales exóticos y desconocidos. Los pinzones de las Islas Galápagos, atraparon su atención. Estudió estas aves, recolectó muestras y observó que tenían picos de diversos tamaños y formas. La observación que hizo de estas variaciones inspiró el desarrollo de su teoría de los orígenes.
Darwin regresó a Inglaterra en 1836, y en 1842 comenzó a preparar un borrador de su libro El origen de las especies, que fue publicado finalmente en 1859.
Poco después de la publicación del libro, mantuvo una extensa correspondencia con su amigo y colega Asa Gray, donde compartió sus dudas y confusión respecto del fin y la dirección última de la evolución. “Soy consciente de que estoy en una situación totalmente sin salida”, confesó. “No puedo pensar que el mundo, tal como lo vemos, es resultado de la casualidad; sin embargo, no puedo mirar a cada objeto por separado como resultado del diseño” (www.darwinproject.ac.uk/darwinletters/calendar/entry-2998.html).
La confusión expresada por Darwin se produjo cuando procuró conectar todas las maravillas del mundo natural, observadas con las severas condiciones que vio, en coexistencia con esa belleza. Como resultado de todas las fuerzas destructivas que presenció, eligió rechazar a Dios antes que buscar una interpretación bíblica de esas distorsiones del mundo creado.
En la lucha por entender los orígenes, cada uno de nosotros debe enfrentar el mismo dilema. No podemos evitar hacernos preguntas tales como: ¿De dónde vine?” “¿Cómo llegué hasta aquí?” y “¿Qué significado tiene mi existencia?”
En último término, Darwin adoptó una teoría atea de los orígenes. En otras palabras, dejó completamente afuera a Dios. Por otro lado, el teísmo ofrece una explicación de los orígenes que toma en consideración a Dios. Como ninguno de nosotros estuvo presente para ver cómo comenzó todo, tenemos que examinar las evidencias disponibles y tomar una decisión.
Presuposiciones de la evolución
La evolución se basa en ciertas presuposiciones, delineadas por el extinto G. A. Kerkut de la Universidad de Southampton, Inglaterra (Implications of Evolution [Pergamon, 1960]):
* Los elementos no vivientes dieron origen a la materia viva.
* Esta generación espontánea se produjo solo una vez.
* Los virus, las bacterias, las plantas y los animales están interrelacionados.
* Los organismos unicelulares dieron origen a los organismos pluricelulares.
* Todos los organismos invertebrados están interrelacionados.
* Esos organismos invertebrados dieron origen a los vertebrados.
* Los peces dieron origen a los anfibios, entonces a los reptiles, luego a las aves y finalmente a los mamíferos.
Que los lectores saquen por sí solos sus conclusiones respecto de la probabilidad de que estas presuposiciones se hayan producido. La Biblia, sin embargo, nos brinda evidencias convincentes que nos ayudan a extraer otras conclusiones sobre nuestros orígenes.
El apóstol Pablo afirma que todos los seres humanos pueden saber algo sobre Dios por medio de la naturaleza, por más que no conozcan la Escritura: “Lo invisible de él, su eterno poder y su deidad, se hace claramente visible desde la creación del mundo y se puede discernir por medio de las cosas hechas. Por lo tanto, no tienen excusa” (Rom. 1:20).
Pablo dice que puede ser que no conozcamos a Dios por completo al estudiar la naturaleza, pero hay dos cosas que podemos saber de sus cualidades invisibles. La primera es que él es eternamente poderoso y la segunda, que es divino. Puede ser que Darwin no haya elegido equiparar el poder que gobernaba su “selección natural” con el Dios de la Biblia, aunque describe ese poder como eterno y en términos similares a la divinidad. Su deidad era, en cierto sentido, desconocida.
La Biblia declara la naturaleza real de ese Dios “desconocido” sin concesiones: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay” es “Señor del cielo y de la tierra. . . Él es quien da a todos vida, aliento y todas las cosas. De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres para que habiten sobre toda la faz de la tierra. . . porque en él vivimos, nos movemos y somos. . . y ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, acreditándolo ante todos al haberlo levantado de los muertos” (Hech. 17:24-31).
El poder creador de Cristo
La pregunta de los orígenes depende de aceptar o no la resurrección de Cristo y su afirmación de ser el Creador de todo lo que existe y, como tal, nuestro Señor (véase Juan 1: 13, 14). Cuando leemos en el Evangelio de Juan que Jesús es llamado el “Verbo” que nunca tuvo comienzo, el que es igual a Dios el Padre y quien hizo todas las cosas que existen, tenemos que decidir si es una afirmación auténtica o un engaño.
El relato de la Creación del Génesis dice que el Verbo habló y los elementos surgieron a la existencia mediante esa declaración tan repetida “y dijo Dios”. Sostiene así que lo que antes no existía surgió repentinamente a la existencia.
Existe una cualidad intangible en la naturaleza de las palabras pronunciadas por Cristo, que fue capaz de producir vida. En presencia de un hombre que había estado muerto por cuatro días y cuyo cuerpo se estaba descomponiendo, Jesús exclamó a gran voz: “‘¡Lázaro, ven fuera!’ Y el que estaba muerto salió” otra vez lleno de vida (Juan 11:43, 44). Alguien dijo que si Jesús no hubiera limitado esa orden solo a Lázaro, todos los muertos habrían resucitado al escuchar sus palabras.
Lo que Darwin no vio
Aun la lectura informal del relato de la Creación del Génesis revela el corazón de Dios por sus criaturas y su creación: “Y vio Dios todo cuanto había hecho, y he aquí era bueno en gran manera” (Gén. 1:31). No había nada en la creación que reflejara la destrucción que confundió a Darwin. Cada animal, cada planta, cada elemento recién creado del planeta, reflejaba la gloria de Dios y sus propósitos benignos para sus criaturas. Hasta que la humanidad rechazó las palabras vivificantes de Jesús el Creador, la tierra no había producido espinas y todas las demás maldiciones (véase Gén. 3:1-16).
El entender esto nos ayuda a hallar el sentido del estado actual de la tierra y de todo lo que está en ella. Pero el mismo Señor que creó todas las cosas con su palabra dice: “Yo crearé nuevos cielos y nueva tierra” (Isa. 65:17).
Hasta entonces, escribe el apóstol Pablo, la creación aguarda “la manifestación de los hijos de Dios”. Toda la creación gime, y “está con dolores de parto”, esperando “la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Rom. 8:19-23).
Y sabemos que Jesús cumplirá su palabra.
Fuente: Adventist World / El presente artículo es una versión abreviada y editada, del trabajo que apareció en Signs of the Times (Australia) en septiembre de 2005.
Autor: Graeme Loftus es un pastor jubilado que vive en Charlestown, Australia.
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Su travesía duró cinco años y lo llevó a la costa occidental de Sudamérica, donde observó diversas clases de animales exóticos y desconocidos. Los pinzones de las Islas Galápagos, atraparon su atención. Estudió estas aves, recolectó muestras y observó que tenían picos de diversos tamaños y formas. La observación que hizo de estas variaciones inspiró el desarrollo de su teoría de los orígenes.
Darwin regresó a Inglaterra en 1836, y en 1842 comenzó a preparar un borrador de su libro El origen de las especies, que fue publicado finalmente en 1859.
Poco después de la publicación del libro, mantuvo una extensa correspondencia con su amigo y colega Asa Gray, donde compartió sus dudas y confusión respecto del fin y la dirección última de la evolución. “Soy consciente de que estoy en una situación totalmente sin salida”, confesó. “No puedo pensar que el mundo, tal como lo vemos, es resultado de la casualidad; sin embargo, no puedo mirar a cada objeto por separado como resultado del diseño” (www.darwinproject.ac.uk/darwinletters/calendar/entry-2998.html).
La confusión expresada por Darwin se produjo cuando procuró conectar todas las maravillas del mundo natural, observadas con las severas condiciones que vio, en coexistencia con esa belleza. Como resultado de todas las fuerzas destructivas que presenció, eligió rechazar a Dios antes que buscar una interpretación bíblica de esas distorsiones del mundo creado.
En la lucha por entender los orígenes, cada uno de nosotros debe enfrentar el mismo dilema. No podemos evitar hacernos preguntas tales como: ¿De dónde vine?” “¿Cómo llegué hasta aquí?” y “¿Qué significado tiene mi existencia?”
En último término, Darwin adoptó una teoría atea de los orígenes. En otras palabras, dejó completamente afuera a Dios. Por otro lado, el teísmo ofrece una explicación de los orígenes que toma en consideración a Dios. Como ninguno de nosotros estuvo presente para ver cómo comenzó todo, tenemos que examinar las evidencias disponibles y tomar una decisión.
Presuposiciones de la evolución
La evolución se basa en ciertas presuposiciones, delineadas por el extinto G. A. Kerkut de la Universidad de Southampton, Inglaterra (Implications of Evolution [Pergamon, 1960]):
* Los elementos no vivientes dieron origen a la materia viva.
* Esta generación espontánea se produjo solo una vez.
* Los virus, las bacterias, las plantas y los animales están interrelacionados.
* Los organismos unicelulares dieron origen a los organismos pluricelulares.
* Todos los organismos invertebrados están interrelacionados.
* Esos organismos invertebrados dieron origen a los vertebrados.
* Los peces dieron origen a los anfibios, entonces a los reptiles, luego a las aves y finalmente a los mamíferos.
Que los lectores saquen por sí solos sus conclusiones respecto de la probabilidad de que estas presuposiciones se hayan producido. La Biblia, sin embargo, nos brinda evidencias convincentes que nos ayudan a extraer otras conclusiones sobre nuestros orígenes.
El apóstol Pablo afirma que todos los seres humanos pueden saber algo sobre Dios por medio de la naturaleza, por más que no conozcan la Escritura: “Lo invisible de él, su eterno poder y su deidad, se hace claramente visible desde la creación del mundo y se puede discernir por medio de las cosas hechas. Por lo tanto, no tienen excusa” (Rom. 1:20).
Pablo dice que puede ser que no conozcamos a Dios por completo al estudiar la naturaleza, pero hay dos cosas que podemos saber de sus cualidades invisibles. La primera es que él es eternamente poderoso y la segunda, que es divino. Puede ser que Darwin no haya elegido equiparar el poder que gobernaba su “selección natural” con el Dios de la Biblia, aunque describe ese poder como eterno y en términos similares a la divinidad. Su deidad era, en cierto sentido, desconocida.
La Biblia declara la naturaleza real de ese Dios “desconocido” sin concesiones: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay” es “Señor del cielo y de la tierra. . . Él es quien da a todos vida, aliento y todas las cosas. De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres para que habiten sobre toda la faz de la tierra. . . porque en él vivimos, nos movemos y somos. . . y ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, acreditándolo ante todos al haberlo levantado de los muertos” (Hech. 17:24-31).
El poder creador de Cristo
La pregunta de los orígenes depende de aceptar o no la resurrección de Cristo y su afirmación de ser el Creador de todo lo que existe y, como tal, nuestro Señor (véase Juan 1: 13, 14). Cuando leemos en el Evangelio de Juan que Jesús es llamado el “Verbo” que nunca tuvo comienzo, el que es igual a Dios el Padre y quien hizo todas las cosas que existen, tenemos que decidir si es una afirmación auténtica o un engaño.
El relato de la Creación del Génesis dice que el Verbo habló y los elementos surgieron a la existencia mediante esa declaración tan repetida “y dijo Dios”. Sostiene así que lo que antes no existía surgió repentinamente a la existencia.
Existe una cualidad intangible en la naturaleza de las palabras pronunciadas por Cristo, que fue capaz de producir vida. En presencia de un hombre que había estado muerto por cuatro días y cuyo cuerpo se estaba descomponiendo, Jesús exclamó a gran voz: “‘¡Lázaro, ven fuera!’ Y el que estaba muerto salió” otra vez lleno de vida (Juan 11:43, 44). Alguien dijo que si Jesús no hubiera limitado esa orden solo a Lázaro, todos los muertos habrían resucitado al escuchar sus palabras.
Lo que Darwin no vio
Aun la lectura informal del relato de la Creación del Génesis revela el corazón de Dios por sus criaturas y su creación: “Y vio Dios todo cuanto había hecho, y he aquí era bueno en gran manera” (Gén. 1:31). No había nada en la creación que reflejara la destrucción que confundió a Darwin. Cada animal, cada planta, cada elemento recién creado del planeta, reflejaba la gloria de Dios y sus propósitos benignos para sus criaturas. Hasta que la humanidad rechazó las palabras vivificantes de Jesús el Creador, la tierra no había producido espinas y todas las demás maldiciones (véase Gén. 3:1-16).
El entender esto nos ayuda a hallar el sentido del estado actual de la tierra y de todo lo que está en ella. Pero el mismo Señor que creó todas las cosas con su palabra dice: “Yo crearé nuevos cielos y nueva tierra” (Isa. 65:17).
Hasta entonces, escribe el apóstol Pablo, la creación aguarda “la manifestación de los hijos de Dios”. Toda la creación gime, y “está con dolores de parto”, esperando “la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Rom. 8:19-23).
Y sabemos que Jesús cumplirá su palabra.
Fuente: Adventist World / El presente artículo es una versión abreviada y editada, del trabajo que apareció en Signs of the Times (Australia) en septiembre de 2005.
Autor: Graeme Loftus es un pastor jubilado que vive en Charlestown, Australia.