sábado, 8 de agosto de 2009

La crisis del darwinismo. Por Antonio Cruz Suárez

¿Es capaz hoy el darwinismo de explicar satisfactoriamente los nuevos datos aportados por la paleontología, la bioquímica, la genética y la microbiología modernas?

¿Acaso la investigación en las ciencias biológicas no ha puesto de manifiesto toda una serie de anomalías importantes para la teoría darwinista?

¿Puede dicha teoría convivir con estas irregularidades o, por el contrario, se verá forzada a ser sustituida por una nueva cosmovisión?

Con motivo del 200 aniversario del nacimiento de Darwin estamos asistiendo, durante este año 2009, a una continua lluvia de manifestaciones en los medios de comunicación que en general tienden a exaltar las bondades del darwinismo, así como la relevancia actual de la selección natural de las especies, motor creativo de dicho proceso que actuaría sobre las modificaciones producidas en los seres vivos por las mutaciones al azar. Leyendo estos trabajos da la impresión de que el funcionamiento de la evolución esté ya perfectamente claro y no existan discrepancias en el seno de la comunidad científica acerca de esta teoría propuesta hace 150 años por el famoso naturalista inglés. Incluso parece como si los divulgadores y los propios científicos se hubieran puesto de acuerdo para cerrar filas en defensa del sacrosanto evolucionismo naturalista y contrarrestar esos peligrosos aires heréticos de quienes discrepan como los del nuevo Diseño Inteligente, confundido erróneamente con el creacionismo más puro y duro de mediados del siglo pasado. El miedo a que ciertas observaciones científicas pongan en entredicho el paradigma evolutivo dominante, así como la concepción naturalista y materialista del universo que impera hoy en Europa, hace que se descalifique sistemáticamente a los científicos adversarios y se cierren los ojos a la realidad de sus hallazgos o sugerencias.

Ante semejante actitud nos parece oportuno plantear las siguientes cuestiones al respecto: ¿es capaz hoy el darwinismo de explicar satisfactoriamente los nuevos datos aportados por la paleontología, la bioquímica, la genética y la microbiología modernas? ¿Acaso la investigación en las ciencias biológicas no ha puesto de manifiesto toda una serie de anomalías importantes para la teoría darwinista? ¿Puede dicha teoría convivir con estas irregularidades o, por el contrario, se verá forzada a ser sustituida por una nueva cosmovisión?

Darwin se inspiró en las ideas de Malthus y Spencer, así como en la teoría económica liberal, para ver en la naturaleza una lucha permanente de todos contra todos por la propia supervivencia. Según su opinión, esta competencia general por los recursos del ambiente físico sería el verdadero motor que originaría gradualmente las especies. Los más aptos frente a las condiciones del medio dejarían más descendientes, mientras que los perdedores se extinguirían. Posteriormente sus seguidores, los neodarwinistas, hicieron hincapié en dos aspectos de esta teoría. Primero, en que las mutaciones se producirían siempre de manera gradual y no a saltos bruscos. Y en segundo lugar, que todo este proceso ocurriría por azar. No habría ningún principio que causara las mutaciones ni dirigiera dicha transformación.

El primer problema serio para la teoría de Darwin lo plantea el registro fósil, ya que éste no revela en modo alguno ese gradualismo que requiere la teoría. Y en la actualidad, después de ciento cincuenta años de desenterrar fósiles, mucho menos que en los días del padre de la evolución. Hoy se conocen más de 250.000 especies fósiles, pero su estudio no refleja las formas de transición que deberían haber existido según el gradualismo darwinista. Por el contrario, lo que evidencian millones de organismos petrificados son largos periodos durante los cuales las especies permanecen inmutables (periodos de estasis), seguidos por grandes extinciones en masa y el surgimiento brusco de nuevas especies perfectamente formadas en los estratos rocosos superiores. No se dan las hipotéticas transiciones graduales entre grupos diferentes.

Al constatar dicha realidad, Gould y Eldredge, propusieron su modelo del “equilibrio puntuado” para adaptar el darwinismo a los problemas del registro fósil. Según ellos, las especies podrían sufrir “cambios episódicos momentáneos” pero a un ritmo “suave y gradual”. En vez de una línea recta progresivamente ascendente, la evolución tendría que parecerse más bien a un trazo quebrado como el de una escalera. Alguien compararía después este nuevo proceso transformista con la vida de un soldado: largos períodos de aburrimiento separados por breves instantes de terror. Pues bien, aunque todo esto pueda sonar a querer “nadar y guardar la ropa”, lo cierto es que el evolucionismo asume hoy que los cambios en los organismos pueden deberse unas veces al gradualismo de Darwin y otras, las más, al equilibrio puntuado de Gould y Eldredge. La realidad es que los insignificantes ejemplos fósiles que aporta la paleontología son del todo insuficientes para fundamentar sobre ellos una teoría con tantas pretensiones como el darwinismo. Y lo mismo ocurre con los hipotéticos saltos del equilibrio puntuado. No hay forma de comprobar cómo se originaron esas milagrosas mutaciones. Hoy por hoy, nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que mueve realmente la evolución.

No obstante, a pesar de no saberse, se afirma categóricamente que la evolución es un hecho y no sólo una teoría. Si existen lagunas, la ciencia ya se encargará de irlas llenando poco a poco. Incluso en ocasiones se confunde hecho con teoría. Ahora bien, el darwinismo es una teoría que pretende explicar la evolución de las especies pero que, como decimos, está siendo cuestionada desde diferentes ángulos. Otras teorías que procuran lo mismo, además de la ya mencionada del equilibrio puntuado, son la “neutralista” de Motoo Kimura, que le resta importancia a la selección natural de Darwin al decir que la mayoría de los genes mutantes son selectivamente neutros, es decir, no tienen ni más ni menos ventajas evolutivas que los genes a los que sustituyen; la “endosimbiosis” de Lynn Margulis, que sostiene que la evolución se produciría por transferencia de información entre bacterias primitivas y los núcleos de células superiores; o la “integración de virus en genomas” de Máximo Sandín. Este último, que es español y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, rechaza también el mecanismo fundamental de la evolución darwinista (mutaciones y selección natural) para afirmar que la transformación de las especies se debería a la introducción de virus en genomas ya existentes (M. Sandín, Pensando la evolución, pensando la vida, Ed. Crimentales, Murcia, 2006). Por otro lado, existe también una seria objeción contra los planteamientos tradicionales del evolucionismo representada mediante el concepto de “complejidad irreducible” del norteamericano Michael J. Behe (La caja negra de Darwin, Ed. Andrés Bello, Barcelona, 1999).

Se necesitaría bastante más espacio del que disponemos en este artículo para analizar cada una de tales perspectivas científicas. Sin embargo, podemos afirmar que cualquier teoría, como tal, puede ser puesta en duda cuando numerosos hechos la contradicen. Por tanto, la teoría de la evolución no es un hecho sino una interpretación de los hechos. No debe confundirse ni identificarse la teoría de Darwin con el hecho de la evolución ¿Cuáles son los hechos verdaderos o en qué sentido podría la evolución considerarse como un hecho?

Desde los días de Darwin los evolucionistas creen que la evolución es un hecho fundamental de la biología. No obstante, a nuestro modo de ver, cometen una extrapolación inaceptable. Una cosa es el cambio evidente que experimentan todas las especies de este planeta, y que se pone de manifiesto por la increíble diversidad de razas, variedades e incluso especies similares dentro de determinados grupos, algo real que no ponemos en duda y que puede deberse a las mutaciones más la selección natural del ambiente, y otra cosa muy distinta, los múltiples cambios generales que propone el darwinismo entre una microscópica célula primitiva y un científico de la NASA, por ejemplo, pasando por los millones de especies biológicas que habitan o habitaron en algún momento la biosfera. La microevolución es un hecho, mientras que la macroevolución entre los grandes grupos de organización de los seres vivos sigue siendo una teoría. No existe demostración científica de que los mecanismos que actúan en la primera hayan sido los responsables también de la segunda. Extrapolar la selección gradual de pequeñas diferencias, debidas a mutaciones puntuales y cromosómicas que ocurren dentro de grupos como las mariposas o los pájaros, a las enormes divergencias que requiere el origen de las aves o el de los invertebrados, es un gran acto de fe evolucionista.

Otro problema importante para la teoría surge de la improbabilidad de que se originen estructuras complejas por el simple azar. Tradicionalmente esta dificultad se soslayó apelando a los elevados períodos de tiempo que propone la evolución (centenas o millares de millones de años), así como al poder de la selección natural para escoger y conservar lo adecuado frente a lo erróneo. Se dice, por ejemplo, que un chimpancé tecleando al azar podría escribir El Quijote, si dispusiera de todo el tiempo del mundo y cada vez que acertara una palabra por casualidad, el ordenador la guardara sistemáticamente y la colocara en su sitio. La ardua labor del simio representaría el papel de las mutaciones, mientras que la selección natural sería el trabajo de la computadora. Por tanto, dicha selección de la naturaleza, sin intencionalidad ni reglas, tendría un significado fundamental en el mantenimiento de las variaciones. La naturaleza crearía orden a partir del desorden. No obstante, esto implica también que todo paso intermedio probable entre una especie biológica simple y su descendiente más compleja debería presentar alguna ventaja selectiva. Si no se considera así, la explicación no respetaría la propia teoría darwinista.

Dejando de lado la pertinencia del ejemplo del mono (ya que un ordenador que selecciona y guarda palabras es precisamente un objeto diseñado por un agente inteligente, mientras que la naturaleza desde el punto de vista evolucionista carece de previsión e inteligencia), podemos decir que Darwin no tenía ni la menor idea de cómo era una célula viva por dentro, ni de los complejos procesos que ocurrían en su interior. En la actualidad, la ciencia que estudia las células, la citología, ha descubierto un mundo liliputiense formado por complejas y precisas máquinas moleculares que interactúan entre ellas, planteando un reto fundamental a los principios del darwinismo.

Sabemos que la materia de la que estamos hechos los seres vivos no tiene nada de misteriosa. Las células vivas están constituidas por moléculas formadas por elementos químicos simples como el carbono, el oxígeno o el hidrógeno. Hasta aquí todo parece normal. Sin embargo, lo verdaderamente extraordinario es que tales moléculas y las relaciones que llevan a cabo entre sí, constituyen un sistema altamente complejo y organizado, distinto de todo lo que la naturaleza nos había mostrado hasta ahora. Cuando la información contenida en los genes es desvelada por las proteínas, no se trata solamente de la traducción automática de unas secuencias de letras a otras correspondientes, sino de un proceso complicado en el que las enzimas involucradas “parecen saber” lo que están haciendo o “haber sido programadas” para hacerlo. Desde luego, este comportamiento no habría podido originarse jamás mediante un lento amontonamiento de moléculas a lo largo del tiempo, como propone el darwinismo.

Este misterioso comportamiento de la bioquímica celular es con frecuencia soslayado por los biólogos reduccionistas que pretenden que la aparición de la vida y la complejidad de las células parezcan algo banal e inevitable, que podría ser explicado fácilmente en términos de mutaciones al azar y selección natural. No obstante, las especulaciones por muy creativas que sean nunca podrán alcanzar el estatus de ciencia. Hablar de cosas que “ocurrieron” en el pasado, sin describir cómo es que pudieron haber sucedido a la luz de los conocimientos actuales, es no decir nada desde el punto de vista científico. Esto es precisamente lo que afirma Behe en su polémico libro. De ahí que se le haya criticado tanto, porque sus objeciones suponen un importante desafío para la teoría de la evolución.

Los principales procesos que sustentan la vida, como la fabricación de proteínas, el mecanismo de coagulación sanguínea o el propio sistema inmunológico, así como también todos los órganos complejos como el ojo, las membranas celulares o los flagelos de las bacterias, son procesos y órganos irreduciblemente complejos (en palabras de Behe). Es decir, en los que esa complejidad no se puede haber formado por mutaciones aleatorias en el código genético y por selección natural, como afirma el darwinismo. En una naturaleza que carece de intención, las fases intermedias de cualquiera de estos órganos y procesos, que no sirvieran para nada, no tendrían por qué perdurar. Si no suponían ninguna ventaja para la supervivencia del organismo en cuestión, la propia selección natural se habría encargado de eliminarlos. Y por otro lado, la probabilidad de que ocurriera una mutación al azar conjunta de todas las partes de cualquier órgano, para generarlo completo de una vez y funcionando bien, es completamente nula.

La conclusión a la que llega Behe, (que es en realidad lo que peor ha sentado al estamento evolucionista tradicional) después de reconocer la incapacidad del darwinismo para dar cuenta del origen de la vida, es que probablemente no existe ninguna explicación natural para este fenómeno y que, por lo tanto, sólo queda apelar a una explicación sobrenatural. Un diseñador inteligente que estaría más allá de las posibilidades de la ciencia humana. Las primeras palabras de la Biblia ya lo dicen con una claridad meridiana: En el principio creó Dios. Sin embargo, la pregunta sigue en el aire para quienes se niegan a aceptarlas. Si Dios no es el Creador inteligente de este mundo, ¿cómo se forman, mantienen y cambian los seres vivos, poseedores de estructuras extremadamente complejas que no se someten a las explicaciones de Darwin? ¿Por qué el universo parece tan exquisitamente diseñado? ¿Es la conciencia humana un mero producto de la materia? La pelota está en su campo. Ellos son quienes deben responder y demostrar lo contrario.





Fuente: Creacionismo.net
Autor: Antonio Cruz Suárez. (España, 1952-) científico y teólogo protestante. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Barcelona el 17 de Marzo de 1979 y Doctor en Biología por la misma Universidad de Barcelona el 10 de julio de 1990. Ha sido Catedrático de Biología y Jefe del Seminario de Ciencias Experimentales del Instituto Investigador «Blanxart» en Barcelona; Biólogo investigador del «Centro de Recursos de Biodiversidad Animal» del Departamento de Biología Animal de la «Universidad de Barcelona.»; Miembro del Tribunal de Oposiciones al Cuerpo de Profesores y miembro distinguido de la «Asociación Española de Entomología», de la «Institució Catalana d´Història Natural» y de la «Société Française d’Historia Naturelle». Ha trabajado en diversas investigaciones zoológicas y descubierto numerosas especies de crustáceos isópodos. Sus principales obras: La ciencia, ¿encuentra a Dios?; Una desmitificación de la Sociología; Una propuesta para el tercer milenio; Parábolas de Jesús en el mundo postmoderno; La ciencia: ¿encuentra a Dios?; El cristiano en la aldea global; Bioética cristiana, Darwin no mató a Dios, y Postmodernidad.

3 comentarios:

  1. La teoría de la evolución es solo una teoría, nada mas que UNA TEORÍA... no se les olvide!!!

    ResponderEliminar
  2. colecciono monedas. alguien me puede ayudar a conseguir esa moneda de la foto?

    ResponderEliminar
  3. revisen el diccionario de la Real Academia, la palabra teoría presenta 4 acepciones, la primera habla de especulación, incluso la locución adverbial "en teoría" habla de algo no comprobado. Sin embargo la 2da acepción dice: "conjunto de leyes" es decir algo aceptado y demostrado, Mientras los detractores del evolucionismo se refieren a la primera acepción, los científicos lo ven como la segunda. Para la ciencia moderna la Evolucion por Seleccion Natural es pues un conjunto de leyes.

    ResponderEliminar