domingo, 18 de abril de 2010

¿Dónde están las formas intermedias de la evolución? Por Antonio Cruz Suárez

Desde los días de Darwin una gran laguna venía anegando su teoría de la evolución de las especies. Si los seres vivos procedían unos de otros mediante transformaciones graduales, ¿dónde estaban las formas intermedias?

¿En qué lugar permanecían enterrados sus esqueletos fosilizados?

Esos miles de eslabones perdidos que debían ser mitad pez y mitad salamandra, los reptiles con plumas o los verdaderos hombres-mono, se mostraban tímidos después de tanta expedición paleontológica.

Si la evolución se ha producido, ¿cómo es posible que los animales y plantas del presente puedan ser clasificados en grupos bien definidos y la naturaleza no sea un caos de formas en confusión?

Darwin achacó este problema a la imperfección del registro fósil, sin embargo sus sucesores cien años después reconocieron que la inmensa mayoría de las especies fósiles aparecen en los estratos rocosos completamente formados, estables y no como eslabones intermedios.

Ante la realidad de estos hechos, a principios de los setenta se hizo pública otra idea que pretendía dar una explicación satisfactoria. Se trataba de la teoría del equilibrio puntuado de Niles Eldredge y Stephen Jay Gould.

Estos autores evolucionistas reconocían que las especies eran por lo general estables, excepto en determinados momentos puntuales en los que podían experimentar grandes cambios. La evolución se comparaba con la vida de un soldado, largos períodos de aburrimiento interrumpidos por breves instantes de terror. Los cambios habrían sido bruscos y breves disminuyendo así las posibilidades de fosilización. De manera que los fósiles intermedios existieron realmente pero no tuvieron suficiente tiempo para fosilizar y por eso no aparecen en el registro fósil. Las nuevas especies no surgieron por transformación lenta y gradual de una especie en otra distinta, como decía el darwinismo, sino por especiación rápida (alopátrica) a partir de poblaciones pequeñas que pudieron quedar aisladas del resto.

Al principio, la teoría del equilibrio puntuado aceptaba la acción de la selección natural que proponía el darwinismo, aunque actuando más rápidamente en esos períodos críticos. Sin embargo, poco a poco Gould fue cambiando de idea hasta descartar la selección natural y llegar a la conclusión de que se necesitaba otro mecanismo mucho más rápido que pudiera explicar la especiación. Lo que se requería era un cambio tan brusco que fuera capaz de convertir una especie en otra completamente distinta. Y se le ocurrió lo siguiente: una pequeña mutación genética en el embrión podría afectar por completo al adulto. Dicho en otras palabras, un día cierta hembra de lagarto debió poner un huevo y cuando éste eclosionó apareció un ratón. Esto actualizaba la antigua teoría genética del monstruo viable propuesta por el denostado genetista alemán, Richard Goldschmidt.

Ni que decir tiene que nadie ha demostrado jamás un solo caso de aparición de una nueva especie ocurrido de esta manera (o de ninguna otra).

El origen de las especies continúa siendo un misterio para el evolucionismo ya que no existen ejemplos concretos de especiación.

La teoría del equilibrio puntuado choca con los mismos inconvenientes que la simbiosis de Margulis.

Lo que ambas proponen son acontecimientos circunstanciales absolutamente imposibles de verificar. En realidad, se trata de intentos naturalistas que pretenden fundamentar la creencia en el “hecho” universal de la evolución.

Pero la misma crítica que tradicionalmente se hace a los partidarios de la creación especial, se puede aplicar también a los evolucionistas. Los acontecimientos únicos e irrepetibles no pueden ser analizados por la ciencia.

Por tanto la cuestión sigue abierta. Aunque, en realidad, los últimos descubrimientos de las distintas disciplinas de las ciencias naturales apuntan no precisamente al azar inicial y la evolución ciega, como hasta ahora se pensaba, sino al orden inteligente, al diseño y la creación.




Fuente: Creacionismo.net
Autor: Antonio Cruz Suárez. (España, 1952-) científico y teólogo protestante. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Barcelona el 17 de Marzo de 1979 y Doctor en Biología por la misma Universidad de Barcelona el 10 de julio de 1990. Ha sido Catedrático de Biología y Jefe del Seminario de Ciencias Experimentales del Instituto Investigador «Blanxart» en Barcelona; Biólogo investigador del «Centro de Recursos de Biodiversidad Animal» del Departamento de Biología Animal de la «Universidad de Barcelona.»; Miembro del Tribunal de Oposiciones al Cuerpo de Profesores y miembro distinguido de la «Asociación Española de Entomología», de la «Institució Catalana d´Història Natural» y de la «Société Française d’Historia Naturelle». Ha trabajado en diversas investigaciones zoológicas y descubierto numerosas especies de crustáceos isópodos. Sus principales obras: La ciencia, ¿encuentra a Dios?; Una desmitificación de la Sociología; Una propuesta para el tercer milenio; Parábolas de Jesús en el mundo postmoderno; La ciencia: ¿encuentra a Dios?; El cristiano en la aldea global; Bioética cristiana, Darwin no mató a Dios, y Postmodernidad.

3 comentarios:

  1. ¿dónde estaban las formas o fósiles intermediarios? Pregunta dolorosisima para los evolucionistas... ahí esta la fe, la fe del evolucionista, jaja!!!

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  2. Evolución, es una palabra que el diablo utilizó desde hace muchísimo tiempo, por medio de Darwin, para desviar la atención de muchos y no aceptar que Dios es creador de todo el universo. Antes de acuñar esta teoría, recuerda al poeta José zorrilla que dice. ¿Quién ante ti parece? ¿Quién es ante ti más que una arista seca que el aire va a rompor. Jesús dijo herráis ignorando las escrituras.

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  3. En mi visita al yacimiento arqueológico de Atapuerca, pregunté a la cientifica que nos atendía: ¿ya habéis encontrado el eslabón perdido? ella me contestó: "Hay muchos eslabones perdidos, pero ya los encontraremos"

    En una conferencia sobre el origen geológico del norte de España, ante mi pregunta acerca de los millones de años y la disparidad en las muestras de lava -de la misma colada- del volcán Kilauea, que dependiendo de la profundidad de donde eran recogidas arrojaban unas diferencias de millones de años, el científico respondió con una sonrisa: "es dogma de fe"

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