sábado, 24 de octubre de 2009

Celebremos la Creación. Por George T. Javor

La obra de Dios es asombrosa e increíble

Dios podría haber creado un universo seguro y virtual, poblado de habitantes virtuales, y podría haber pasado la eternidad observando las vidas virtuales de su creación.

Pero no fue así. Por el contrario, aun conociendo las consecuencias, creó un universo real de complejidad asombrosa. El espacio, la materia y el tiempo surgieron a la existencia junto con –lo que es aún más asombroso– las criaturas vivientes. Resulta tan inspirador y gratificante analizar los propósitos de Dios al crear el universo que será un tema de contemplación por la eternidad. Pero algo tenemos en claro: una manifestación de amor infinito fue la motivación divina para compartir la dicha y el gozo de la existencia con los seres creados (Isa. 45:18).

Una energía extraordinaria

La creación de la materia requirió la producción de una cantidad extraordinaria de energía e inventiva que está más allá de lo que podemos comprender. Todos los fenómenos de nuestro mundo –la gravedad, la radiación electromagnética, la electricidad, las fuerzas de las partículas subatómicas, las leyes físicas y químicas, la formación de las estrellas y planetas, la creación de los organismos vivos– derivan de la forma de comprimir, estabilizar y almacenar la energía en casi cien tipos diferentes de núcleos atómicos.

Se estima que en el universo observable hay entre 1050 a 1080 átomos. Si estos solo fueran átomos de hidrógeno (el elemento más liviano), la creación habría requerido un mínimo de 3,6 x 1039 a 3,6 x 1069 calorías de energía.1 (En comparación, el consumo total de electricidad de todo el mundo en 2005 fue de 1,4 x 1019 calorías).

Aunque toda la materia salió de la mano del Creador, fue un don para sus criaturas. Dios no está en la materia. Aun así, el Creador está atento a todos los aspectos de su creación, hasta el nivel más pequeño. El Señor conoce la ubicación y funcionamiento de cada uno de los 1080 átomos. Esto puede inferirse de lo que dijo Jesús respecto de que Dios conoce los organismos más pequeños del mundo físico. “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? –dijo–. Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin el permiso de 
vuestro Padre” (Mat. 10:29, 30).

Después de crear miles de millones de galaxias, cada una con miles de millones de estrellas e incontables planetas 
deshabitados, Dios decidió traer a la existencia un nuevo orden de seres creados, según se nos dice, a su propia imagen (Gén. 1:26, 27), que según Elena White tiene que ver tanto con la semejanza exterior como con el carácter.2 En ese 
estado, los humanos podían servir como nuevos vínculos entre el Creador y las demás criaturas.

Se proveyó un espacio para una estrella (el Sol) y los 
planetas en la “Vía Láctea”, una galaxia donde ya rotaban unos trescientos mil millones de estrellas en una órbita con forma de disco plano de cien mil años luz de diámetro. En un modelo circular de la Vía Láctea de ciento treinta kilómetros, nuestro sistema solar ocuparía tan solo dos milímetros.

El barrio que nos circunda

En el centro del sistema solar el Creador colocó la sólida estrella que llamamos Sol; está compuesto por aproximadamente 2 x 1027 toneladas métricas de hidrógeno, que por un proceso de fusión termonuclear se transforman en helio. 
Esto hace que se pierdan 685 millones de toneladas de materia por segundo, lanzando energía radiante y la emisión de partículas cargadas. (En comparación, la explosión atómica de Hiroshima resultó de la destrucción de solo un gramo de plutonio). Al ritmo actual, el Sol tiene suficiente combustible para miles de millones de años.

Cerca del Sol, Dios colocó cuatro planetas “terrestres”: Mercurio, Venus, la Tierra, y Marte. La Tierra es el más grande. Todos ellos están compuestos básicamente de rocas silicatadas. Los cuatro planetas “exteriores”, mucho más grandes que los terrestres, están compuestos mayormente de gases. Júpiter y Saturno contienen principalmente hidrógeno frío y helio, mientras que Neptuno y Urano son de hielo, metano y amoníaco. Alrededor de estos planetas giran unas ciento cincuenta lunas, algunas de un tamaño cercano a los planetas terrestres.

La masa combinada de los planetas y sus lunas no alcanza al uno por ciento del Sol, que mantiene todos estos cuerpos bajo su control gravitacional.

Cuando se combina el relato bíblico de la creación de la tierra con los datos astronómicos actuales, surge un escenario posible en el cual el Creador probablemente haya traído a 
la existencia todo el sistema solar durante la semana de la creación. Si así sucedió, podríamos conjeturar que lo que siguió en la semana de la creación no fue sino el primer paso que procuró que todo el sistema solar fuera habitable para 
los humanos.

El texto que dice: “Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo lo que hay en ellos” (Gén. 2:1), se refiere probablemente al planeta Tierra y sus alrededores inmediatos.

Es probable que la atmósfera del planeta recién creado fuera diferente del que conocemos hoy (véase Gén. 2:5, 6). Probablemente era sustancialmente más rica en dióxido de carbono, para que la abundante vegetación que cubría el planeta antes del diluvio pudiera ser sostenida adecuadamente por medio de la fotosíntesis.

La superficie de la tierra creada tenía colinas y montañas, entrelazadas con ríos y lagos. No había rocas, pantanos o desiertos. El paisaje sobrepujaba en hermosura los más 
suntuosos jardines de los palacios.3

¡Impresionante!

Lo que siguió a la formación de la Tierra desafía el 
entendimiento. Por medio de elementos como el hidrógeno, el oxígeno, el nitrógeno, el carbono, el fósforo y el sulfuro, el Creador llamó a la existencia, estructuras de una complejidad casi inimaginable. Podían absorber la energía solar o de otro tipo, podían crecer, dividirse, trasladarse y percibir el medio ambiente. Son lo que llamamos organismos vivos.

Para crear la unidad viviente más pequeña, la célula, se requiere la construcción de miles de tipos diferentes de aglomeraciones gigantes e intrincadas de átomos, para formar las macromoléculas de proteína, el ácido nucleico, los polisacáridos y los lípidos. Algunas de estas construcciones fueron usadas como elementos estructurales; otras llegaron a ser máquinas especializadas que facilitan transformaciones químicas específicas.

El fenómeno de la vida es el resultado neto de cientos o miles de transformaciones químicas dentro de las células. Un cambio químico es la reubicación de grupos específicos de átomos en nuevos grupos. En las células vivas, continuamente se producen reacciones en cadena de transformaciones químicas. Esto es lo que las diferencia de los organismos inertes. Aunque los científicos pueden producir algunas macromoléculas necesarias para la vida, no pueden comenzar o recomenzar los cientos de reacciones en cadena, separadas y continuas, que se producen en cada célula. Este fenómeno biológico es una prueba incontestable de que la vida ha sido creada y de que jamás pudo haber comenzado en forma espontánea.4 Las reacciones bioquímicas en cadena, que comenzaron en cada una de las células de cada uno de los organismos en la creación, han continuado durante cientos de generaciones hasta hoy. Los biólogos han identificado esta ley al decir que “la vida proviene de la vida”.

El Señor creó dos clases de organismos vivos. Algunas criaturas con un sistema nervioso, que les da motilidad y 
memoria, y les permite percibir el medio ambiente por medio de la vista, el sonido, el olfato, el gusto y el tacto. Además 
de los humanos, el Creador trajo a la existencia incontables 
criaturas (grandes animales, aves, peces, insectos, etc.).

La segunda categoría de criaturas creadas carecen de sistema nervioso y no son conscientes de su propia existencia. Tales organismos sirven como receptores de la energía solar, el alimento, los materiales de construcción y la “decoración” y como componentes integrales de la biósfera. Esto incluye a las plantas, las flores, los árboles y los microorganismos.

Interdependencia

Todos los organismos vivos de la tierra pertenecen a una biósfera integrada. Las relaciones entre ellos pueden ser descritas como de apoyo mutuo. Ninguna de las criaturas de la tierra fue diseñada para existir en forma independiente. Para que crezcan las plantas, necesitan captar el nitrógeno del aire ayudadas por microorganismos que viven en sus raíces y que lo fijan.

La abundante energía solar que baña la tierra es captada por las plantas y las algas. Las plantas la utilizan para fabricar carbohidratos a partir del dióxido de carbono del aire y del agua. El siguiente diagrama ilustra esta interdependencia entre los organismos.

El Jardín del Edén tenía que ser un modelo eterno para el ser humano. En lugar de ciudades, gran parte de la porción habitable de la tierra tenía que estar cubierta de jardines, donde la naturaleza hablara continuamente a los humanos de la sabiduría y el amor divino.5

En el centro del Edén había un árbol muy especial, cuyo fruto era necesario para la existencia continua del hombre. Ningún organismo fue creado inmortal (aunque los microorganismos están cerca de ello).

Los humanos participarían ocasionalmente del fruto del árbol de la vida para conservarla. 
No se explica en la Biblia de qué manera los animales, peces, aves e insectos evitarían la muerte.

Diversos experimentos con tejidos indican que las células animales y humanas sanas son capaces de dividirse solo un número determinado de veces. En el caso de las células 
humanas, el máximo número de divisiones (mitosis) se traduce a aproximadamente ciento veinte años de vida. La razón de ello es el acortamiento de los extremos de los cromosomas 
(la llamada región telomérica) después de cada mitosis.

Resulta interesante saber que tenemos una enzima llamada telomerasa que puede restaurar los telómeros a su tamaño original. Desafortunadamente, esta enzima se 
vuelve inactiva poco después del nacimiento. Solo las células de cáncer, con capacidad de dividirse ilimitadamente, 
contienen enzimas activas de telomerasa que no causa cáncer, pero permite que el aparato genético de las células afectadas se multiplique.

Los microorganismos contienen cromosomas circulares, y su división celular no resulta en ningún acortamiento del material genético. En teoría pueden dividirse una cantidad infinita de veces. Pero cuando una célula se divide en dos, su existencia llega a su fin, ya que muta en sus células hijas.

Un efecto del fruto del árbol de la vida puede haber significado la conservación de la actividad de la telomerasa por tiempo indefinido. La larga vida de los antediluvianos puede haberse debido, en gran medida, a la actividad residual de la telomerasa heredada de Adán y Eva.

Una lógica molecular similar opera en los incontables miles de clases de organismos, que presentan, sin embargo, suficientes diferencias como para preservar sus identidades individuales. Esto fluye de la naturaleza estrechamente integrada de la biosfera, según se muestra en la ilustración.

Si fuera posible catalogar el número de invenciones patentables necesarias para la creación de la biosfera, excedería en muchos órdenes de magnitud las cifras combinadas de las invenciones certificadas por todas las agencias de patentes 
del mundo.

La inventiva, el ingenio y la fina elegancia que fueron conformando el mundo viviente, están más allá de la capacidad de descripción humana. Los que lo contemplan no pueden sino taparse la boca con la mano (véase Job 40:4), porque cualquier cosa que digamos sería indigna y significaría trivializar este gran tema. En esto, el silencio es elocuencia.6

¿Es posible dudar de la bondad, el amor y la sabiduría del responsable de esta creación vasta, magnificente y “buena en gran manera”? ¡Jamás!

Nos unimos al salmista cuando expresa: “¡Cuán grandes son tus obras, Jehová! ¡Muy profundos son tus pensamientos!” 
(Sal. 92:5). “Has aumentado, Jehová, Dios mío, tus maravillas y tus pensamientos para con nosotros. No es posible contarlos 
ante ti. Aunque yo los anunciara y hablara de ellos, no 
podrían ser enumerados” (Sal. 40:5).


Fuente: Adventist World
Autor: George T. Javor, PhD en Bioquímica de al Columbia University y postdoctorado en la Rockefeller University. Enseñó en el Departamento de Bioquímica de la Facultad de Medicina de Loma Linda hasta su jubilación en 2006. Vive en New Leipzig, Dakota del Norte, Estados Unidos.
Referencias: 1 3,6 x 1039 es la abreviación científica del 36 seguido de 38 ceros: 3.600.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000. De la misma manera, 3,6 x 1069 es el 36 seguido de 68 ceros. 2 Elena White, Patriarcas y profetas, p. 25. 3 Ibíd., p. 24. 4 G. Javor, Evidences for Creation (Hagerstown, Md.: Review and Herald, 2005). 5 Elena White, La educación, p. 21. 6 Elena White, Fundamentals of Christian Education, pp. 179, 180.
Fotografía: "El Ojo de Dios" / Helix Nebula. HubbleSite.org / NASA

5 comentarios:

  1. Es tato logico..Es maravillosa la creacion de nuestro Senor

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  2. muy interesante, y bien aclarado cada detalle de la creacion de Dios, es un buen medio de justificar su obra frente a otras ideas humanas,lo utilizare en momentos oportunos.buen articulo

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  3. Pensar que el Satanás los tiene tan engañados con el tema de la ciencia, tan fácil es creer y aceptar la Creación Divina.

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  4. MI DIOS ES TAN GRANDE!!!

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